sábado, 9 de febrero de 2013

La curiosidad

La curiosidad podemos decir que es una herencia de la infancia, a nadie ha vuelto más sabio ni le ha permitido profundizar más en el universo. No hará que tu inteligencia sea mayor, tenga mayor alcance o seas de mente más despejada.
Aprendida durante la infancia puede convertirse en un hábito; sentir curiosidad por todo lo que te rodea, no es como muchos pudieran pensar un índice o rasgo de sabiduría; el sabio, según lo ha expresado alguno de ellos, disfrutan porque ya no tienen curiosidad ni inquietud de saber.
El exceso de curiosidad puede convertirse en un impedimeno para disfrutar de la vida, siempre tratando de penetrar en el conocimiento y dificultando lo relativo al sentimiento. Una de las razones por las cuales muchos disfrutan la vida, es porque ya no tienen inquietud ni curiosidad por saber.
Los excesivamente curiosos siempre estarán viajando y nunca llegando; siempre en el camino pero no alcanzan la meta. La inquietud por saber que de alguna manera está conectada con la curiosidad, puede terminar dificultando disfrutar la plenitud de la existencia.
La meditación que puede conducirte a estados inefables de consciencia, busca todo lo contrario de la curiosidad; desprenderte de toda inquietud por saber, lo cual te permitirá disfrutar de la plenitud de la existencia. 
El intelecto que mucho tiene que ver con la curiosidad no ha hecho feliz a nadie, por el contrario, muchas veces le ha creado confusión y le ha distanciado de su verdadera naturaleza.
El hombre contemporáneo le rinde culto al conocimiento; el conocimiento ha terminado distanciandolo de si mismo; ultimamente en una escala nada despreciable se está apelando a la meditación y cuando menos a la reflexión. Aún cuando parezca un exabrupto necesitamos desprendernos un poco de tanto conocimiento y recuperarnos a nosotros mismos.
Al hombre contemporáneo el tener más conocimientos, le hace fantasear que está menjor provisto para enfrentar los imprevistos de la vida; en realidad esto es solo una ilusión, las cosas definitivas que nos pueden pasar no pueden ser manejadas por ningún ser humano.
El hombre nunca pasará de ser un aspirante a ser Dios, siempre acercándose pero nunca llegando. Nos hace recordar la historia bíblica de la Torre de Babel. Los que la construyeron fueron curiosos que querían averiguar la realidad del cielo.
Pobre de aquellos que no alcanzen a entender qué: cielo e infierno son el fruto de sus propias creaciones.


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