lunes, 3 de octubre de 2022

A MI MAESTRO JOSE FRANCISCO TORREALBA

                  Maestro es aquel que conociendo el alma de su alumno, lo lleva hasta el umbral de su esperanza.
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Perdonable es a los hombres que carezcamos de talento, inexcusable el que desconozcamos el agradecimiento. El talento es una bondad de la naturaleza que puede prodigarse a  capricho, el agradecimiento o la ingratitud son manifestaciones afectivas cultivadas bajo  nuestra entera responsabilidad.

Recordar a José Francisco Torrealba, es para mí, el reconocimiento de una deuda. El me  estimulo permanentemente, desde mis años de estudiante hasta los de profesional. Pudo  equivocarse en cuanto a adjudicarme un talento que no tengo, pero donde no se equivocó  jamás fue en cuanto a ciertos principios que me inculco y en la invariable gratitud que le  profeso.

La civilización occidental tiene dos grandes fuentes principales de las cuales se ha nutrido: la religiosa y el pensamiento grecorromano. En mi hogar tuve la oportunidad de acercarme a la primera, a el doctor Torrealba le debo el haberme hecho conocer el valor y proyección de la  segunda. La primera puede alimentar el espíritu y ha ayudado a domesticar al hombre  irracional, la segunda ha hecho posible el entendimiento y ha construido al hombre histórico.

Cuándo en el año 1948 estudiaba bachillerato en San Juan de Los Morros, y fue cuando le conocí; acostumbraba el sabio hacer un paseo matinal por la carretera que conduce a Villa de Cura. Fueron en esas mañanas inolvidables y durante esos paseos, qué me dispenso la honra de  disfrutar de su vocación de maestro y de su profundo contenido humano. En su boca oí  hablar por primera vez de Sócrates, Platón y Plutarco, Siempre me insistía en la fuerza de inspiración que tienen "las vidas paralelas" de este autor. De sus labios salieron las frases dónde con frecuencia repetia, que no había para  comprender el alma humana como adentrarse en el espíritu de los trágicos griegos. No se cansaba de aconsejarme que leyera a J.J. Rousseau y las confesiones de San Agustín,  autores por los cuales tenía especial predilección.

Jamás olvidaré cuando empezaba a leer la poesía didáctica de Virgilio o de su maestro  Lucrecio, había en su voz el acento de quién murmura una oración. Transmitía la sensación  de estar reviviendo 1000 años de historia, decantados en el conocimiento de su propia vida. En ese momento igual pudo llamarsele apostol, filósofo o poeta.

Cuándo leía las georgicas de Virgilio "feliz quién haya podido conocer las razones de las cosas, quien haya deshojado a sus pies todos los temores, la creencia en un destino inexorable y el tumulto todo que envuelve el avaro aqueronte", " pero feliz también el que conoce a los dioses campestres, a Pan, el viejo Silvano y las ninfas hermanas", Habia tal fuerza dramática en sus palabras, y  como profundo conocedor de la Venezuela de ese momento, actualizaba de tal manera el  poema, que era imposible sustraerse de pensar en una tierra sin caminos, sin salud,  sembrada de ranchos, con una educación incipiente y dónde estaba todo por hacer. Allí sentí por primera vez la angustia por el destino de la patria; y por que no confesarlo, por mí mismo, que empezaba a abrir los ojos del entendimiento en el afán de entender, qué había sido para otros y que sería para mí, esa experiencia intransferible que es vivir.

José Francisco Torrealba fue un amante de esta tierra como muy pocos han podido sentirla. Conocía el sufrimiento y el drama del hombre rural venezolano, que hablaba del campesino  con admiración casi reverente. Sin embargo, su amor por el país escogió el camino de lo que algunos con insolente jocosidad han llamado "trasnochador de chipos". Pero qué lejos están de comprender aquel hombre, los que solo vieron en el un caprichoso cazador de mariposas del Chagas. Distantes están también los que lo juzgaron por la medida de sus  "excentricidades".

Cuando le conocí apenas llegaba a los 14 años. Era una mente que solo contaba en su  haber, la inquietud por conocer a que nos condena el haber llegado a la adolescencia; no  podía ser un desplante que aquel hombre gastara parte de su tiempo hablándole a un púber, a la usanza de los maestros griegos. Era sencillamente que se trataba de un espíritu  diferente. Era uno de esos casos originales que todos los días se despertaba preñado de  ideas, dónde la vida fluia con nuevas inquietudes y con renovados bríos, para arrancarle  secretos a la naturaleza. No podía subordinarse a la rutina y no había nacido para las  convenciones sociales.

En el fondo era sensible y siempre dispuesto a dar,  pero consciente de lo que de él hicieron su inteligencia privilegiada y su esfuerzo, no  consintió que se le midiera con una moral ajena a la que encadenó su vida. Aquí cabe  recordar aquel pensamiento de J.J. Rousseau, con el cual ya he dicho que se sentía muy  identificado, " la libertad es la obediencia a la ley que uno mismo se ha trazado".

Jose Francisco Torrealba era un hombre libre; y la libertad asusta a los pusilánimes, y hace  temblar la incompetencia de los engreídos por la soberbia y la fortuna.

Cuando confesó " nunca me encontrarán tomando aguardiente, ni jugando gallos, ni en unos toros coleados", estaba diciendo simplemente que pertenecía a ese pequeño grupo de  escogidos, cuyo amor por la ciencia y pasión por el conocimiento, estaban por sobre los  requerimientos de "placer" del hombre común.

En una de las últimas veces que lo visite, dijo que en una de las muchas maletas que le sirven como archivo, están los datos completos para quien quiera escribir su biografía; no fui capaz de entenderlo como una invitación  que me habría honrado. Entiendo perfectamente la responsabilidad que significa presentar a un hombre, de tales características ante los ojos de la historia, estoy plenamente convencido que en la vida de este científico  singular, se define todo un estilo de vivir y de entender la vida; por lo tanto, me apresuro a  confesar que no he intentado hacer una semblanza del sabio, visto con otros ojos, que no los del cariño, admiración y agradecimiento, solo me atrevería a decir que con el doctor Torrealba se ha ido un personaje famoso, consagrado por la ciencia y la anécdota. Para todo el que se le acerco tuvo una faz a conocer, tenía el don de la versatilidad y la agudeza intuitiva de los  hombres excepcionales. Provisto de una inteligencia superior siempre fue abierto al diálogo, aunque no puede decirse que fue siempre tolerante. A sus agudas observaciones y a sus  particularidades temperamentales deben la paternidad muchas de sus anécdotas, que para  algunos pueden resultar irreverentes, pero nunca carentes de ingenio y autenticidad.

Mis deudas para con el son muchas: me enseñó a aborrecer la injusticia con la misma fuerza que a respetar la vida, a comprender al que se envilece sin perdonar al que lo prostituye, a no reconocer otra aristocracia que la del talento, a querer a la patria sin el afán de poder que  nos conduce a lacayos o verdugos, a respetar el dogma pero preferir la verdad, me estimulo y me honro con su afecto; pero por sobre todas las cosas, creyó en mí y me ayudó a que yo  también lo hiciera.