jueves, 24 de enero de 2013

No te compares

No hay duda qué, la mayoría de los problemas en la vida nos los buscamos nosotros mismos.
Los demás pudieran contribuir enseñándonos como convertirlos en problemas, pero la decisión de problematizarnos es nuestra. La costumbre de compararnos es una fuente de enfermedad que se puede expresar básicamente de dos maneras: volviéndonos egoístas o amargados.
Si nos comparamos con aquellos que tienen menos condiciones y virtudes que nosotros nos volvemos egoístas; nos consideraremos tan valiosos que siempre nos veremos más grandes y pensaremos que nos lo merecemos todo, y esto nos hace actuar con un egoísmo enfermizo.
La práctica de rodearse de personas menos dotadas o que presentan alguna minusvalía, es propia de los políticos y mediocres, de esta manera por comparación compensan su íntimo sentimiento de inferioridad. Si la comparación es con alguien mejor dotado, con más altos valores o más inteligente entonces la reacción será de amargura. Comenzarás a quejarte de no ser físicamente llamativo, intelectualmente brillante, te rebelarás contra Dios por no ser mejor de lo que eres, y llegarás al exabrupto de sentirte traicionado por el creador, negándote a reconocer inmensa gratitud por todo lo que Dios te ha dado.
No hay ser humano que por el solo hecho de ser único carezca absolutamente de alguna condición divina. Para Dios no hay ninguna criatura que sea mejor que otra, más grande o más pequeña. Todo aquello hecho por Dios tiene una perfección particular y propia.
La dañina costumbre de compararnos con los otros la aprendemos de nuestros padres y maestros.
De esta manera nos condenan a no tener idea de lo que somos, y usar a los otros como referencia.
Simplemente eres único; nunca antes ha habido ni lo habrá alguien como tú, tienes el privilegio de la unicidad.   

  

 

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