Descubre tu verdad
No
siempre lo que piensas es tu verdad. No siempre lo que recuerdas es tu
verdad. Tus pensamientos fueron formas de ver las cosas y la vida
determinados por lo que otros pensaban, y por la forma como los otros te
trataron sobre todo al comienzo de la vida. Tus recuerdos son la forma
como entendistes y gravastes en la memoria, y la interpretación que le
distes a los acontecimientos que te sucedieron.
Las cosas no son lo
que son sino lo que uno cree que son, y los recuerdos lo que uno creyó
que fueron. La vida no siempre fue como hubiesemos querido, fue como
fue, y ello determinó lo que hemos sido, pero podemos hacer posible el
momento en que será lo que nosotros decidamos que sea. Nuestra mente
está llena de creencias, de cosas que tal vez no fueron como las
entendimos, o tal vez porque una nos marcó todas las demás las seguimos
entendiendo de la misma manera. Hay quienes dicen: ' Yo como que nací
maldito porque todo lo que me sucede es malo '. Hay que recordar una ley
llamada ' la ley de afirmación ' que sostiene que todo lo que afirmamos
se convierte en una verdad '. No hay desgracia humana, donde el hombre
consciente o inconscientemente de alguna manera no haya colaborado.
Un niño inocente nunca pudo haber nacido maldito; la incomprensión ajena
y la ignorancia propia pueden teñir las cosas de tragedia. A veces
cómo adultos, nosotros mismos, sin la intervención ajena, somos los
responsables por haber torcido el camino.
Descubrir la verdad es un
trabajo arduo, necesita una larga peregrinación y penetración en el
pasado. Es una operación difícil porque necesitamos vaciar la mente y se
necesita una gran limpieza del corazón, es decir, ser honestos y
verdaderos aunque reconocernos nos duela en el alma. Es una especie de
renacimiento, echarlo todo abajo, recobrar las cosas que pasaron, y
aquellas de las cuales no somos responsables perdonarlas, porque de lo
contrario, envenenamos el alma para siempre. Recuerda que cuando a
Cristo le preguntaron, ¿ cuántas veces debo perdonar ?, Cristo
respondió, hasta setenta veces siete.
Al descubrir la verdad tienes
dos opciones: o pasar la vida lamentándote y arrastrando un sufrimiento
inútil, o decidir que el pasado está enterrado y que lo que has decidido
hacer de tu vida es ahora cuando empieza. Ten presente que eres una
semilla, la semilla ya contiene la vida del árbol que será, pero sabe
que tiene que morir enterrada para que pueda crecer el árbol que
contiene. Recuerda también que de la semilla más pequeña puede nacer el
árbol más grande.
Eres apenas la semilla, mientras más hondo te
hayan enterrado las tragedias y los sufrimientos, más grandes y fuertes
deben haberse desarrollado tus raíces. Todo hombre nace con un potencial
de crecimiento ilimitado. Todo hombre nace con la bendición de Dios ,
porque de no haber sido así no habría salido con vida del vientre de la
madre. Hay semillas que el viento las siembra a la distancia, hay
semillas que el pájaro en su vuelo las coloca lejos del lugar del que
salieron; hay niños y hay hombres que el destino arranca del lado de la
madre o de la patria y los coloca en brazos del destino. Recordar la
historia de Moisés, de Buda, de Abraham, del Greco, de Bolívar. Hay
quienes abandonan el hogar o el hogar les cierra las puertas, como si
Dios quisiera hacer de ellos palomas mensajeras para que alumbren a
otros o le enseñen su experiencia.
La vida debe ser una búsqueda, no
un deseo ni el resultado de un capricho o una tragedia, esa búsqueda
debe estar orientada a responder la pregunta, ¿ Quien soy Yo ?. Tan no
es cierto que no es decisivo la madre o el padre que hemos tenido, que
hermanos de los mismos padres son tan diferentes: ¿ Qué pudiera pensarse
de Caín y Abel, hijos inconfundibles de los mismos padres ?. No podemos
faltar a la verdad diciendo que no tiene importancia el hogar en que
nacimos y los padres que tuvimos. Pero sea cual sea el lugar en que
nacimos y crecimos, de nosotros depende lo que hacemos con la vida.
Cómo dejar de recordar la historia de José. Envidiado y vendido por sus
hermanos por la rivalidad por el cariño del padre, fue a dar a una
tierra lejana y desconocida, y sin embargo, por sus propios méritos, sin
rencor ninguno con sus hermanos casi fraticidas, salvó a la familia y
les perdonó el haber atentado contra su vida. El perdón es el gran
remedio para las enfermefdades del espíritu.
Perdonar no porque el
otro o los otros lo merezcan, sino perdonar por amor a uno mismo. De
José haber pasado la vida deprimido o envenenado por el odio a sus
hermanos no habría alcanzado a despertar su inteligencia. JOSE DESCUBRIO
SU VERDAD.
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