miércoles, 30 de enero de 2013

El sentido de la vida

Mucho se habla de encontrale sentido a la vida, y hay quienes piensan que, se trata de una gran decisión que duerme en cada uno el sueño de los justos. Es cierto que hay algo que llamamos vocación , y a la que algunos definen como la voluntad de Dios, que puede facilitar la realización de cierto tipo de actividad u oficio. Pero a tal habilidad o disposición no podemos considerarla como determinante del sentido de la vida.
No hay que descubrir el sentido de la vida, hay que crearlo; nunca lo encontrarás si no lo creas. No está escondido en sitio alguno dentro de la mente o el corazón de la persona, sino que es algo que hay que realizar: un poema, una canción, una pintura, una danza, un trabajo o cualquier otra cosa que realizemos como una expresión creativa, como una forma de expresar las motivaciones de nuestra vida espiritual, no como una simple manipulación mercenaria.
Está más relacionado con un sentido creativo, de allí que muchos digan que la creatividad suprema es el sentido de la vida, ya que cualquier cosa que creamos lleva el sello de nuestra originalidad, de nuestra manera de ser, de sentir, de pensar, en una palabra es la expresión excelsa de nuestro existir. De cierta manera encontrarle sentido a la vida es hacerlo todo con amor, dar lo mejor de cada uno en aquello que nos ocupa en cada momento, y no hacer nada simplemente por salir del paso. Disfrutar más en lo que hacemos que en los beneficios secundarios que podemos obtener.
Los que no le han encontrado sentido a la vida es porque están esperando pasivamente que aparezca, y dolorosamente nunca aparecerá. El sentido de la vida surge de la creatividad, 
cuando todo lo que vayas a hacer lo haces en forma abierta, desprejuiciada; donde la importancia de las cosas está dada por el compromiso y la entrega puestos en hacerlo.
El sentido de la vida hay que crearlo, y ello será posible cuando renuncies a lo que conoces, para vivenciarlo todo con un sentido de novedad. El sentido de la vida tiene mucho que ver con la participación, con la presencia activa del hombre en cuántas circunstancias se vea envuelto.
El hombre contemporáneo se ha convertido en un observador pasivo, en un espectador de lo que los entendidos o luminarias realizan. Sócrates en la prisión era atormentado por un sueño que le exhortaba: Sócrates, haz música. El anciano filósofo fue fiel a si mismo, y para sorpresa de sus discípulos, comenzó a tocar la fauta.
Debemos desprendernos del temor a fracasar o equivocarnos, porque los que no se equivocan son los que solo repiten lo que los demás hacen.


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